Y es que toda cuenta atrás tiene su final; por bien o por mal, el contador llega a cero y hoy, es ese cero que marca el final de algo, pero más importante todavía, el inicio de lo que va a ser una de las experiencias más importantes de mi vida, ahora mismo, empieza un viaje de 10 meses que me va a transformar, este momento, el momento 0, marca un antes y un después.
Barcelona, Estación de Sants, 31 de agosto de 2016
La despedida ha sido más ligera y rápida de lo que me esperaba, sin embargo ha sido una de las cosas más duras y difíciles que he hecho en mi vida. Pensar que no vas a ver a tu familia, a tocarlos, que no te van a abrazar en 10 meses es algo duro, bastante duro. Una vez has cruzado los controles de seguridad y bajas por las escaleras, la mayoría de esas sensaciones se olvidan y lo único que te queda en mente es lo que vas a vivir, todo lo que queda por delante.
El día en Madrid ha pasado rápido; lo único que hemos hecho es sentarnos en una silla y, con cara de asustados, escuchar los detalles de nuestro interminable viaje de 26 horas. Sinceramente, hay un momento en el que te pierdes; no hay modo de recordar TODO lo que tienes que hacer, las puertas, los controles, los papeles... En fin, no es un trabajo fácil viajar a 9000 km con 45 adolescentes, es un gran mérito que todo salga bien, sin problemas.
Nos han despertado a las 2:15 así que dormir, lo que es dormir, poco. El autobús nos ha llevado hasta Madrid-Barajas (Adolfo Suárez) donde hemos facturado, sin muchos problemas de peso y dimensiones, nuestras gigantescas maletas y nos hemos montado en el primer vuelo hacia Schipol, Ámsterdam. Lo que se siente cuando los motores del avión están al máximo, empieza a rodar por la pista y al cabo de unos minutos empieza a levantarse y las ruedas dejan de tocar el suelo, eso, es único, despegar, rozar las nubes y partir hacia lo desconocido, hacia la aventura. Después de dos breves horas de vuelo, que, durmiendo pasan súper rápido, hemos llegado a la primera parada; Holanda, estamos fuera de España.
El aeropuerto holandés es simplemente enorme, es un ciudad entera dentro de un edificio; cafés, bares, casinos, tiendas... todo un mundo. Eso hace que la escala pase mucho más rápido. Así que en un abrir y cerrar de ojos estábamos todos montados en un Airbus A-330 hacia Vancouver. Un avión, que como el aeropuerto, está repleto de cosas que hacer: películas, series, juegos, vistas (sobre Groenlandia), todo muy entretenido y preparado para unas 10 largas horas de vuelo.
Y sí, estamos en Canadá. Suena surrealista que después de tantísimo tiempo de espera hayamos, por fin, puesto un pie en tierras canadienses. Ahora lo único que falta es el último vuelo y en parte, el que más ilusión me hace. ¡Una avioneta! La primera impresión al subirte a una lata con dos alas y un par de motores con hélices no es muy buena, pero una vez en el aire, es casi más estable que el gran avión con el que cruzamos el charco. Así que después de una parada en Comox, el momento ha llegado. Una leve turbulencia y el avión bimotor toca tierra en Campbell River!
La despedida ha sido más ligera y rápida de lo que me esperaba, sin embargo ha sido una de las cosas más duras y difíciles que he hecho en mi vida. Pensar que no vas a ver a tu familia, a tocarlos, que no te van a abrazar en 10 meses es algo duro, bastante duro. Una vez has cruzado los controles de seguridad y bajas por las escaleras, la mayoría de esas sensaciones se olvidan y lo único que te queda en mente es lo que vas a vivir, todo lo que queda por delante.
El día en Madrid ha pasado rápido; lo único que hemos hecho es sentarnos en una silla y, con cara de asustados, escuchar los detalles de nuestro interminable viaje de 26 horas. Sinceramente, hay un momento en el que te pierdes; no hay modo de recordar TODO lo que tienes que hacer, las puertas, los controles, los papeles... En fin, no es un trabajo fácil viajar a 9000 km con 45 adolescentes, es un gran mérito que todo salga bien, sin problemas.
Nos han despertado a las 2:15 así que dormir, lo que es dormir, poco. El autobús nos ha llevado hasta Madrid-Barajas (Adolfo Suárez) donde hemos facturado, sin muchos problemas de peso y dimensiones, nuestras gigantescas maletas y nos hemos montado en el primer vuelo hacia Schipol, Ámsterdam. Lo que se siente cuando los motores del avión están al máximo, empieza a rodar por la pista y al cabo de unos minutos empieza a levantarse y las ruedas dejan de tocar el suelo, eso, es único, despegar, rozar las nubes y partir hacia lo desconocido, hacia la aventura. Después de dos breves horas de vuelo, que, durmiendo pasan súper rápido, hemos llegado a la primera parada; Holanda, estamos fuera de España.
El aeropuerto holandés es simplemente enorme, es un ciudad entera dentro de un edificio; cafés, bares, casinos, tiendas... todo un mundo. Eso hace que la escala pase mucho más rápido. Así que en un abrir y cerrar de ojos estábamos todos montados en un Airbus A-330 hacia Vancouver. Un avión, que como el aeropuerto, está repleto de cosas que hacer: películas, series, juegos, vistas (sobre Groenlandia), todo muy entretenido y preparado para unas 10 largas horas de vuelo.
Y sí, estamos en Canadá. Suena surrealista que después de tantísimo tiempo de espera hayamos, por fin, puesto un pie en tierras canadienses. Ahora lo único que falta es el último vuelo y en parte, el que más ilusión me hace. ¡Una avioneta! La primera impresión al subirte a una lata con dos alas y un par de motores con hélices no es muy buena, pero una vez en el aire, es casi más estable que el gran avión con el que cruzamos el charco. Así que después de una parada en Comox, el momento ha llegado. Una leve turbulencia y el avión bimotor toca tierra en Campbell River!
Salir al exterior, notar el aire, fío, canadiense y avanzar hacia la terminal donde dos puertas te separan de la familia con la que pasarás diez meses de tu vida, es un momento tenso. Una vez las puertas se abren y les conoces, el ambiente se relaja y de camino a casa todo el cansancio acumulado durante horas cae como una bola de plomo. La familia encantadora, la casa en un lugar precioso... ¡Qué más podía pedir!
For the first time, good night from Campbell River!
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